poesía a los 16
1868
Si llegás en un barco. Si trabajaste en la obra hidráulica más grande de tu tiempo. Si dejaste todo, todo. Si finalmente fuiste también un inmigrante. Si dejaste atrás tu idioma, tus bocetos; tu tierra, la costa hermosa de Dalmacia, el puerto de Split con sus barcos blancos. Si llegás a otro mundo a construir un puerto, pero no. Si en tu primer contratación te asientan Buratovichi. Si así, con esa i te hacen latina tu procedencia croata. Si encima el decreto de tu primer contrato de trabajo te lo firma alguien que se llama Dalmacio. Dalmacio Vélez Sarsfield. ¿Es azar o es destino?
Secuencia
Si pudieras guardar de cada día que pasa una foto. Guardarlas solamente. Secuenciarlas. Guardar durante tres, cuatros años, una por una, día por día. Y de repente mirarlas juntas. Pasarlas rápido con la tecla "
Podrías agrupar categorías. Festejos. Amigos. Parejas. Trabajos. Fines de Semana. Lecturas. Discos. Lo que es ocio, lo que no. Podrías agrupar gestos, cercanías, distanciamientos. Hasta posturas políticas. Qué hacías para la época en que Lau y Dari eran novios? De qué trabajabas en el 2005. Qué pensabas de la 125. Podrías aprender a leer tus contradicciones y las contradicciones de los otros. Con la distancia exacta que implica mirar fotos viejas; y con la exactitud de una línea de tiempo.
¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada!
Cada rezo aceptado, cada antojo vencido.
Eloisa to Abelard , Alexander Pope
Eduardo, um faro
Não sei se o diz ou se o imaginei. Não sei se era o mar, ou a praia. A praia é muito mais do que o mar, porque é o habitat do mar. Mesmo do maior dos mares. No fim de contas, as lembranças são as coisas que passaram, mais do que as coisas que acreditamos que passaram, mais do que aquilo que lembramos de tudo isso.
Se me abrissem a mim, não sei não. Haveria areia. Haveria água. Mas isso não é uma paisagem. Eu não tenho paisagem. Haveria elementos. Dispersos, espalhados, fragmentos de elementos de fragmentos de paisagens. Seguramente não haveria apenas estepe. Nem capim salgado, nem gramíneas. Seguramente haveria água, mas não de rio, nem de mar. Água de canal. Girinos bebés. Aloé, hortelã-pimenta. Quiçá maçãs, bocadinhos de chácara e aquela vez que aprendi a distinguir uma maçã granny de uma goldem, que não é o mesmo. Maçãs de natal. Um pouco de praia, mas sem areia. Um estuário cheio de barro e caranguejos. E um faro.
Eso que decíamos de incidir en las políticas de Estado, desde el propio Estado.
`Fue presentado el Gabinete de Políticas Culturales del municipio. Será su objetivo profundizar la relación con el ámbito social, con la cultura popular y el ámbito intelectual.´ +
Y un faro
Hay una cosa que abre la película de Agnès Varda. Dice algo así como que si cada persona pudiera abrirse, deberían estar dentro de ella todos los paisajes: ´el paisaje de tu vida`. También dice que si la abrieran a ella, estaría el mar.
No se si lo dice, o si lo imaginé. No se si era el mar, o la playa. La playa es mucho más que mar, porque es el hábitat del mar. Aún del mar más grande. De última, los recuerdos son las cosas que pasaron, más lo que uno cree haber pasado, más lo que uno recuerda de todo eso.
Si me abrieran a mí, no sé. Habría arena. Habría agua. Pero eso no es un paisaje. No tengo paisaje. Habría elementos. Dispersos, desparramados, fragmentos de elementos de fragmentos de paisaje. Seguro no habría estepa sola. Ni pastos salados, ni gramíneas. Seguro habría agua, pero no de río, no de mar. Agua de canal. Mojarras. Renacuajos bebé. Aloe, menta. Tal vez manzanas, pedacitos de chacra y la vez que aprendí a distinguir una granny de una golden que no es lo mismo. Manzanas de navidad. Un poco de playa, pero sin arena. Un estuario lleno de barro y de cangrejos. Y un faro.
Tracklist para el canal de la feria
Un día Fede usó el canal para entrenar. Nadaba los sábados de sol, aunque fuera invierno. En el pueblo no hay pileta climatizada y esa, era la única manera que encontraba para entrenar y poder hacer algo en los torneos bonaerenses. Tenía 16 años y se puso un traje de neoprene con patas de rana. Como un nene que cree oir todo el sonido del océano en un caracol, pudo escuchar el sonido de botellas rompiéndose contra la orilla y los gritos de los chicos que se bañan en el verano, riendo mientras esperan abajo del puente la pasada del tren.
Fede levanta los vestigios y los acomoda seriados, en la construcción de porland que dice 1969. Botellas, frascos, una ojota, ramitas, bosta de vaca. Como un buzo marino en un canal rural. Un canal de un circuito de canales. Un mapamundi de agua del río colorado.
Ser social
track list para la entrevista con Natividad
Voy a la casa de Natividad.
Natividad nació en Bolivia. Nació en un pueblo que se llama Cotagaita. En Potosí. No sé como es el gentilicio de Potosí.
Un día me dijo que en Cotagaita comió las mejores uvas de su vida. Que ése perfume, que esa textura, nunca más la encontró en el mundo.
A los siete, se quedó sin madre. Y sin las uvas. Trabajó en el ingenio dónde trabajaron todos los niños explotados del universo. Allí, sonaba una campana a las cuatro de la mañana que ordenaba qué hacer.
Después vino casarse, criar hijos y ser mujer sin marido. Ser sola. Con la prole en una mochila. Ser inmigrante. Tramitar la precaria, el documento. Hacerse cargo del cultivo.
Natividad fue la primera mujer del barrio la primavera que gestionó un cultivo, que gobernó una cuadrilla y sus implicancias. Pelió precio, vendió bien, compró camioneta. Hizo las mejores empanadas bolivianas que se conocen, la mejor comida de la cuadra. Aprendió el oficio de costurera, aprendió a leer y escribir, enseñó sobre el maíz.
Ahora ella, con su cuerpo, como una montaña de cosas, me pide que hagamos un video. Viene y me dice que quiere hablarles a los hijos. Que no sabe todavía cómo. Que quiere intentar dejar algo en limpio. La experiencia de alguien, como la callosidad: una fina capa de piel desgastada, resistente a desprenderse del cuerpo.
*
Decía un comerciante del pueblo hace años, cuando los primeros, eran apenas un asomo de lo que vino después. Aún no se si la frase le fue atribuida por ese exceso mitificador pueblerino, o si existió realmente. Mucho, y muchas de esas frases aprendimos en la infancia; recordando la entonación de algún vecino conocido, o el padre del abuelo de. Pero ésta supuestamente fue dicha: `bolivianos no atiendo` con esa contundencia de quien asume, para siempre, una categoría.
En los noventa fui a la escuela secundaria. Me tocó la única división correspondiente a nuestro año que existía en el pueblo; en la que cursaba con algunos amigos que aún mantengo. En 1995 una única división egresaba del colegio y no había ningún compañero nuestro que fuese boliviano, o hijo de bolivianos. Los pocos que había, todavía no tenían hijos con la suficiente edad para ir a la secundaria, aunque, con los años supe; muchos bolivianos que ahora tienen mi edad ya vivían acá pero en el campo y la posibilidad de la escuela ni ahí que se pensaba.
Mil novecientos noventa y cinco fue uno de los mejores años que se recuerdan para el cultivo, cosecha, empaque y exportación de cebolla. Un (aún mítico?) precio de treinta dólares la bolsa, transformaba en casi Canaán al pueblo, tanto para los insipientes empacadores brasileros –con un mercosur recién estrenado-, para los entusiasmados productores locales y por supuesto, para los trabajadores golondrinas de ese momento. Nosotros terminábamos el colegio. Juntábamos la plata del viaje de egresados en un boliche de La Salada, al que íbamos cada sábado con una constancia sacra. No hablábamos de la cebolla. No hablábamos de los bolivianos. Apenas si habíamos percibido la reciente inmigración con algún brasilero rubiecito que advertíamos con gusto desde el grupo adolescente.
Diez años más tarde empecé a trabajar en el barrio la primavera. Ahí viven ahora los casi dos mil habitantes más, que engrosaron la categoría de pueblito por la de pueblo en crecimiento. La primavera, en rigor, no fue el nombre original del barrio. Se llamó, desde siempre, el barrio Matadero, porque ahí funcionó el viejo matadero municipal. El Matadero era el territorio de los paraguayos, los chilenos y la `mano de obra` recién llegada a la actividad agrícola o semi industrial. Cuando era chica, mi abuelo y yo, íbamos en su camioneta al barrio Matadero a buscar a la gente que trabajaba para él en su aserradero. Mi abuelo, que había sido trabajador golondrina, cumplió su sueño de fundar familia y aserradero. De dejar de ser cabecita y adquirir derechos de comerciante, de ciudadano. Hacía los cajones para los tomates, los ajos y los morrones de la zona y algunos otros que enviaba al valle por el ferrocarril. De una mañana tengo imágenes borrosas en la cabeza. Si busco esas imágenes solo veo manchas, grises, beige, como de tierra. Solo veo pedazos de casas de chapa de cartón, algunos árboles o tamariscos. El suelo arenoso, lo blanco brillante de su camioneta. Ese día que fuimos yo tenía creo, cinco años y era el día siguiente de la enramada. La gente dormía después de la fiesta. Me acuerdo que los habíamos ido a buscar para hacer unos trabajos. Algo importante, que no podía esperar. Me compró chocolates antes de cruzar la vía, y me dijo que nosotros; no vivíamos así en esas casitas, en esa intemperie, gracias a Perón.
Culpineño
Mandar a los hijos a la escuela. Escuchar el idioma, recordarlo, asumirlo, imitarlo. Escuchar la radio. Hacer el trámite de la precaria. Conseguir lugar en la cuadrilla. Aprender el descolado a cuchillo. Aprender a cocinar sin maíz. Ir a un supermercado. Hacer la cola del banco. Anotarse en la asignación. Aprender a usar el cajero automático. Ir a las reuniones de la escuela. Comprar la mochila a los hijos. Sacar en cuotas. Mandar un giro por correo. Conseguir finalmente la precaria. Negociar por bolsas de urea granulada. Tomar una cerveza. Hablar quechua en la intimidad de la casa. Enseñar el oficio agricultor a un hijo. Salir a dar una vuelta el domingo. Ir a la iglesia. Rezar a la virgencita de Copacabana. Participar de la cooperadora.
Our chat
Hola
tengo cuarenta y tres
cuadernos
el primero de 1999
el último del año pasado
que dice
`Les cahiers défait`
Tachones, textos, trans
es ley:
todas las noches me tomo un te
desde que aprendí a leer
desde que aprendí a escribir
de tanto fijar los ojos
a veces me duermo, con los cuadernos
en la mano, colgando
mucho cuaderno, mucho cuaderno y
duermo duermo
Te conectás
con lo profundo
te dormís
con lo superficial
la noche es cada vez más silenciosa
las noches, del fin del verano son
las nuestras
la generación que escribió
`Hay grillos todavía
Hay hojas, todavía`
algo se mueve
será el viento?
será la piedrita en el techo de la chapa?
la piedrita de la señal
que dice qué escuchás?
del otro lado
aunque haga mil
que no nos vemos
antes de ayer
escribí otro poema
que hablaba sobre las mismas cosas
desde hace diez años
Diez años es una generación.
Ocho años es un proyecto.
Ahora escribimos desde afuera
miramos todo con los dientes apretados por la tensión
los demás
militan
van a la plaza y levantan
banderas
Nosotros teníamos la voz baja
El susurro
Habíamos enrrollado las telas
tomando algo fuerte, a la madrugada
en el cordón de una vereda del microcentro
En diez años escribimos cosas que ahora
no queremos escuchar
el clishé
de los poemas de nuestra década
era la militancia de lo interior
pero vos ya eras de la intemperie
bancando la que viniera
hablando de la época
como un gurú
Me subo a una loma de agropiros. Desde acá puedo mirar todo y entender. Veo los canales de riego como un mapamundi. Hay cosas que me cuesta descifrar, hay cosas que tienen un color familiar. Cuando éramos más chicos, veníamos acá porque el lugar acompañaba. Ahora somos nosotros, el complemento de algo. Nos vinimos y dejamos toda la casa encendida. La pava hirviendo y las tazas al borde de la mesada.
De repente me acuerdo, pero no me importa. Qué explote todo, pienso.
De las veces que vinimos solos, nunca te sentaste del lado del pasto. Te quedás parado y gesticulás. Me distraigo con el paisaje y es como escuchar música. Mientas tanto tu boca se mueve pero no escucho las palabras, solo bla, bla, bla.
Vuelvo a pensar que desde acá puedo entender toda la poesía. No me hacen falta los libros, ni las anotaciones. Tampoco quiero tu tecnología ni tu forma de agrarrar las tazas con ese puño arremangado.
Me gusta mirar como la tierra se levanta del suelo con un viento suave. Un poeta dice que los yuyos se peinan. Yo pienso que este campito nos despeina y a la vez nos une.
Todo lo que te separa un momento, después te hace acercar. Nos abrazamos. Vos me hablás pero yo solamente escucho las hojas de los árboles. Tu boca dice bla.
Tengo que ponerme en puntas de pie para alcanzar las cosas. El empeine hace mucha fuerza, y los gemelos tiemblan. Tiemblan los músculos y los tendones. Estiro los dedos, intento tocar suavemente las puntas de los objetos que quiero alcanzar. Lo que quiero conseguir es frágil. Siento en la punta de los dedos una textura suave, delicada. Temo romperlo. Temo que mi torpeza pueda más. Pienso, que sin embargo todo, siempre tiene este sentido. El esfuerzo del pie derecho es total ahora. Todos los músculos extendidos, en tensión. Todos los sentidos puestos en el verbo infinitivo. Alcanzar.
La hija de mis amigos pronuncia las palabras así. En infinitivo. Mirar. Comer. Correr. Es su manera de mirar el mundo, los primeros años. La distancia natural hacia las cosas, sin haberlas transitado.